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Un choque de miradas

  • Yazmin T. Hernandez
  • 19 may 2015
  • 3 Min. de lectura

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Siempre creí que las mejores historias de amor solo las encontraba en las películas. Nunca pensé que me pasaría, fue inesperado y con la persona que menos imaginaba.

Cuando me enamoré no pensé cuales serían los riesgos y mis miedos. No me di cuenta en qué momento comencé a quererlo, solo me fijé en él. Contaré mi historia de amor.

Diego era un hombre joven, guapo, atractivo, simpático, sociable e inteligente. Sin duda era el que toda mujer quería tener como novio, pero estaba harto de amores no correspondidos, tenía miedo de no volver a encontrar alguien capaz de provocarle las ganas de hacer locuras por amor, por seguir adelante y sentirse completamente feliz.

Yo era todo lo contrario a Diego, lo que menos pensaba era salir con alguien, consideraba que tener un noviazgo me distraería de mis estudios. Era una mujer decidida, inteligente, amargada, sin ninguna experiencia amorosa, era guapa pero mi mal carácter no me ayudaba a tener amistades, solo me enfocaba en mi bienestar, era egoísta. Tal vez lo que necesitaba era amor, sentir la sensación inexplicable que todo el mundo o al menos que las películas tanto menciona.

Una tarde Diego y yo coincidimos en una sala de cine, ninguno se había percatado que estábamos en la misma función. Nos separaban algunos asientos y nuestras risas eran las únicas que se escuchaban. Al término de la película nos encontramos en las escaleras para dirigirnos a la salida de la sala. Volteamos a vernos de una forma muy peculiar. Diego no podía dejar de verme a los ojos, yo me sonrojaba y comenzaba a sentirme nerviosa. Aunque éramos dos perfectos desconocidos, parecía que ya nos conocíamos. Nos sentíamos llenos de paz y felicidad. Habíamos encontrado todo lo que buscábamos. Desatando esa necesidad de querer estar juntos sin ni si quiera conocernos y sobre todo sin decir ni una sola palabra. Nos retiramos de la sala y cada quien tomo su rumbo.

No dejaba de pensar en el rostro de Diego en el lunar que tenía cerca de su labio, lo cerca que lo tuve y siempre me hacia la fuerte, la que no sentía ganas de volverlo a ver, cuando sabía que deseaba tanto volverlo a encontrar

Diego estaba temeroso, no quería crearse ilusiones y así comenzó a resignarse a no volverme a ver.

Por alguna razón nos encontraron en un gimnasio, en cuanto Diego entro me vio, no estaba muy seguro pero sabía que era yo, la misma que lo había hecho reír. En ese instante nos dimos cuenta que ese cariño que sentíamos crecía. Sin tratarnos estábamos seguros de que éramos el uno para el otro.

Por más que sintiéramos ganas de apoyarnos, amarnos, acompañarnos y expresar este sentimiento, la inseguridad ganaba en esta extraña historia de amor, no éramos amigos, ni mucho menos novios, pero si un pequeño intermedio que dolía en el corazón. Sin decir ni una sola palabra, ni darnos un abrazo y ni siquiera rozar nuestros labios, fue provocando que este amor se fuera extinguiendo y con ello las ganas de seguir amando. Diego y yo éramos como el cielo y la noche, hasta que un día nos convertimos en un recuerdo de lo que no pudo ser.

En las historias de amor todos esperamos un final feliz, llegamos a sentir el cariño puro y sincero, sin tener un contacto físico y sin ningún sonido. Solo con un choque de miradas.

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