Letters to yan
- Rosario A. Medina.
- 18 may 2015
- 6 Min. de lectura

Ellos se conocieron por casualidad, como suelen encontrarse los grandes amores: casi siempre por casualidad, por una llamada equivocada, por un encuentro fortuito. En esta historia, Yan Martin se encontraba en una cafetería esperando a una persona que nunca llegó; y claro, la vio sentada en una de las mesas. Un café apenas a medio tomar se encontraba en la mesita frente a ella, en el minuto que llevaba observándola, la había agarrado una sola vez. La miró durante unos segundos más, hacía caras raras, ella estaba leyendo un libro que notablemente no comprendía. Enternecido y divertido por sus gestos, se acercó a ella y dijo:
-¿Me permite?
Puso su mejor sonrisa, aquella que siempre funcionaba con las chicas, pero ella ni siquiera lo miró cuando respondió:
-Por supuesto.
Esto solo pasa en las historias que te cuentan otros, nunca en la vida real. A lo mejor ella estaba esperando a alguien que tampoco llegó; o quizá haya que inventar otra historia en la que la chica no hace más que sonreír tímidamente y volver a sus propios asuntos. Pero en este caso, fue ella quien lo invitó a sentarse. Al tomar asiento, Yan se fijó un poco más en ella, y un par de ojos miel que lo miraban con cierta curiosidad le provocaron una sonrisa. El hecho de que la chica solo negara con la cabeza ocasionó que su cabello castaño cayera desordenadamente sobre su rostro y alzara una de sus manos para reacomodarlo. Yan notó algo brillante colgando de su muñeca, llevaba una pulsera en su mano izquierda en la cual se leía “lottie”
-¿Te llamas Lottie? –le preguntó. -Es un diminutivo de Charlotte. Un apodo. –sonrió. -Soy Yan. -Lo sé –le contestó volviendo a prestar atención al libro que había dejado de leer por la interrupción de aquel extraño. Yan arqueó una de sus cejas, casi pidiendo una explicación-. Escuché cuando le dijiste tu nombre al chico que toma la orden.
Le gustó, y más porque no intentó en ningún momento coquetear de una manera vulgar con él; ni siquiera cuando la acompañó a casa, o cuando quiso tomar su mano. Ella era bonita… mucho, y aunque parecía tímida al principio, Yan pudo poco a poco vencer esa timidez que la había caracterizado desde el momento en que la vio. Cinco horas después, Charlotte había recibido un beso en la mejilla (típico beso de buenas noches), y Yan admiraba los dígitos numéricos pintados con tinta negra en su antebrazo.
-Cuéntame de ti –pidió Yan el segundo día mientras caminaban en el centro de aquel parque. -¿Qué quieres saber? -¿La verdad? –sonrió-. Todo. Lottie asintió contenta. -Practico patinaje artístico, ya sabes… sobre hielo. Lo hago desde que era una niña. Mis padres se separaron cuando yo tenía doce años y mi mamá se volvió loca… literalmente. No supe nada de él desde que se fue con esa otra mujer, y el estado en el que mi madre se encontraba me asustó mucho, así que decidí escapar. No fue difícil… pero tuve que hacer muchas cosas para conseguir dinero; no, no esa clase de cosas, deja de mirarme así. Mi padre me localizó y quiso llevarme con él, pero me negué. ¿De verdad quería tenerme después de lo que nos hizo? Aun así me envía dinero cada mes, para pagar la renta y mis clases de patinaje. La verdad me gusta así, es por eso que vivo sola en el departamento que ya conoces.
Para el final de su relato, Yan tenía los ojos bien abiertos y miles de imágenes en su cabeza. ¿Cómo una niña tan tierna podía tener semejante historia? Ella lo miró y sonrió enternecida.
-Tú dijiste que querías saberlo todo. -Si… si, lo sé.
Salieron durante dos meses: un concierto, algún club, una cena… y poco a poco, e inevitablemente, se fueron enamorando. Una tarde ella cambió, comenzó a ser distante, tan fría que ni siquiera le dejó tocarla. Yan sabía que Lottie era bastante rara, tenía cambios de humor repentinos. A veces era la más atrevida y al segundo se ruborizaba por un simple cumplido, pero de repente hubo algo más, algo que la volvió diferente. Un dos de octubre quedaron de verse en la misma cafetería donde se conocieron. Charlotte había sido tan seria en aquella llamada por donde lo citó que Yan no pudo evitar pensar en que eso había sido todo, iba a terminar con él. Pero esa tarde, ella resultó ser tan cariñosa que sin duda pudo compensar todo el tiempo que se mantuvo alejada de él. Ya en la noche, se notaba un poco más triste. Yan no preguntó por qué, en lugar de eso la abrazaba como un gesto que decía “todo va a estar bien”, y fue ahí donde ella dijo:
-Tengo que irme durante un tiempo. -¿Qué dices? –se alejó lo suficiente para mirarla a los ojos. -Digo que tengo que irme por un tiempo, Yan. Tengo que hacer algunas cosas… fuera del país. Yan negó con la cabeza, ella no sabía lo que estaba diciendo. -Yo iba a decirte todo lo contrario. Quiero que te quedes conmigo toda la vida.
Y le dijo que la amaba, ese “te amo” que no dejaba de repetirse en las mentes de ambos una y otra vez. Eran felices juntos, pero Charlotte hablaba enserio, y dos días después se encontraban en la entrada del aeropuerto abrazados y llorando como nunca. No dejó que Yan la acompañara porque no habría podido soportar esa despedida, en lugar de eso prometió que cada 15 días le enviaría una carta contándole todo lo que le había pasado desde entonces; y a pesar de que no fue suficiente, él la dejó ir. Allí descubrió que no tenía remedio, que la necesitaba porque estaba perdidamente enamorado de ella, que a veces los amores a primera vista existen, bueno, ¿es que acaso hay otros?
A los 15 días puntualmente llegó la primera carta, llena de besos y cariños. Al primer “te echo de menos” él lloró, lo hizo de verdad. Respondió su carta diciendo que la extrañaba cada vez más, que tenía que volver con él y jamás dejarlo de nuevo; pero ella ya no mandó respuesta alguna. Yan no esperaba que lo hiciera, puesto que ella misma prometió enviarla cada 15 días a partir de la última.
Pasaron los siguientes 15 días, y otros, y otros, y las cartas se iban acumulando. Ahora su vida consistía en esperar al decimoquinto día para abrir el buzón y encontrar aquella carta de amor en la que Lottie prometía volver.
Pasaron meses, muchos meses, y las cartas eran guardadas en una caja fuerte que Yan compró para todas las que seguían llegando. Eran su mayor tesoro, al igual que ella. Un día sin saber cómo ni por qué, Charlotte dejó de escribir, esa mañana el buzón se encontró vacío, y esto a Yan le partió el alma en dos. La desesperación se apoderó de él, se volvió loco de pensar en que ahora solo podía vivir del recuerdo, leyendo lo que ella le había escrito con tanto cariño. Días después, Yan salió de casa porque no podía dejar de pensar en ella, en por qué lo había abandonado de tal modo, ¿qué le había ocurrido? ¿Por qué lo olvidaba? Y mientras estaba fuera intentando responder cientos de preguntas, unos ladrones entraron a su casa. Al ver la gran caja fuerte no lo pensaron dos veces y la tomaron, felices y complacidos por el peso de la misma, salieron creyendo haber conseguido un gran tesoro. Al principio, Yan intentó que el pánico no lo invadiera, seguro la había movido de lugar, no podía perderla. Pero pronto advirtió que aquello que valoraba con su vida entera ya no estaba, y se sintió perdido. Algunas tardes de domingo, cuando no sonaba el teléfono y aún consiente de que las cartas ya no se encontraban, lo único que hacía era salir a caminar. Pensaba en ella, en como la conoció y en lo asombroso que fue encontrarla. ¿Y si le había pasado algo? Ya no tenía modo de saberlo y eso lo estaba atormentando.
Mientras tanto, los ladrones estaban más que contentos por haber robado aquello que creían realmente valioso. Pero al momento de abrir aquella caja fuerte lo único que descubrieron fueron un montón de cartas de amor; y en lo que ellos se culpaban el uno al otro por semejante torpeza, Yan vagaba desanimado por las calles de su ciudad con la esperanza de encontrar alguna carta, o a alguien que le hablara de cierta caja fuerte que en lugar de contener dinero estaba llena de declaraciones imposibles. Se sentía perdido, solo, y sin saber qué hacer.
Finalmente -y como era de esperarse- los ladrones no encontraban caso alguno a conservar cartas ajenas de amor. Así que se dispusieron a quemarlas todas hasta que uno de ellos pensó en devolverlas y se burlaron de él. Pero, ¿qué ganaban con destruir algo que significaba el mundo para alguien más? Una tarde al llegar a casa, Yan se quedó mirando el buzón, todos los recuerdos volvieron a él. Desde aquel día de agosto en el que conoció a la chica más maravillosa que pudo llegar a su vida, hasta ese día en el que ya no le quedaba nada. Indeciso entre pasar directamente ignorando el buzón y volver a abrirlo una vez más, optó por la segunda opción. Lo abrió, y casi vuelve a cerrarlo cuando se dio cuenta que realmente había algo dentro, ¡una carta! Los ladrones habían decidido enviarle cada carta tal y como ella lo había hecho: puntualmente cada 15 días, en riguroso orden. Ahora, Yan despertaba con la esperanza de revivir aquellos momentos en los que quizá leería esa carta en la que la persona que más amaba diría "pronto estaré allí.” ♥
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